LA ESTRELLA DE LA
VOCACIÓN_____________________José L. Martín Descalzo
Si yo tuviera que decir cuál es la mayor
de las bienaventuranzas de este mundo señalaría, sin vacilar, que la de poder
vivir de lo que uno ama. A continuación añadiría que una segunda y formidable
bienaventuranza, aunque de segunda clase, es llegar a amar aquello de lo que
uno vive.
Pero, curiosamente, parece
que son pocos los que disfrutan de la primera y no muchos más los que
conquistan la segunda. Porque charlas con la gente y casi todos te hablan mal
de sus trabajos.- son abogados, pero sueñan ser escritores; médicos, pero les
hubiera entusiasmado ser directores de orquesta; obreros, pero habrían sido
felices siendo boxeadores o futbolistas. Son pocos, en cambio, los que
reconocen haber nacido para ser lo que son y los que no se cambiarían de tarea
si volvieran a nacer.
Pero aún es más grave
descubrir que un altísimo porcentaje de los humanos se muere sin llegar a
descubrir cuál era su verdadera vocación. Y uso esta palabra en todo su alto y
hermoso sentido. Porque, curiosa y extrañamente, es éste un vocablo que en el
uso común se ha restringido a las vocaciones sacerdotales y religiosas, cuando
en realidad "todos" los hombres tienen no una, sino varias vocaciones
muy específicas.
Todos hemos sido llamados,
por de pronto, a vivir. Entre los miles de millones de seres posibles fuimos
nosotros los invitados a la existencia. Si nuestros padres no se hubieran
cruzado "aquel" día, en "aquella" esquina, o en
"aquel" baile, hoy no existiríamos. Y si nuestro padre se hubiera
casado con otra mujer, habría nacido "Otra" persona distinta de la
que nosotros somos. Alguien -decimos los creyentes- o algo -dicen los
materialistas- se trenzó para que esta persona concretísima que cada uno de
nosotros es llegara a la existencia. Y ésta fue nuestra primera y radical
vocación-. a nacer, a realizarnos en plenitud, a vivir en integridad el alma
que nos dieron. Ya esto sólo sería materia más que suficiente para llenar de
entusiasmo toda una existencia, por oscura y desgraciada que sea.
Fuimos, después, llamados
al gozo, al amor y a la fraternidad, otras tres vocaciones universales.
Colocados en mundo que, aunque haya de vivirse cuesta arriba, estalla de
placeres (la luz, el sol, la compañía y medio millón más), ¿cómo entender el
aburrimiento de los que han llegado a convencerse de que son vegetales o
animales de carga?
Y fuimos finalmente llamados
a realizar en este mundo una tarea muy concreta, cada uno la suya. Todas son
igualmente importantes, pero para cada persona sólo hay una -la suya-
verdaderamente importante y necesaria.
Porque la vocación no es un
lujo de elegidos ni un sueño de quiméricos. Todos llevan dentro encendida una
estrella. Pero a muchos les pasa lo que ocurrió en tiempos de Jesús: en el
cielo apareció una estrella anunciando su llegada y sólo la vieron los tres
Magos. Y es que --como comenta Rosales en un verso milagroso-- "la
estrella es tan clara que 1 mucha gente no la ve".
Efectivamente, no es que la
luz de la propia vocación suela ser oscura. Lo que pasa es que muchos las
confunden con las tenues estrellas del capricho o de las ilusiones
superficiales. Y que, con frecuencia, como les ocurrió también a los Magos, la
estrella de la vocación suele ocultarse a veces -y entonces hay que seguir
buscando a tientas- o que avanza por los extraños vericuetos de las
circunstancias. Y, sin embargo, ninguna búsqueda es más importante que ésta y
ninguna fidelidad más decisiva. Unamuno decía que la verdadera cuestión social
no es un problema de mejor reparto de las riquezas, sino un asunto de reparto
de vocaciones.
Dejo aquí de lado las
vocaciones a la santidad -que éstas, sí, casi siempre se realizan por caminos
diversos a los lógicos y previsibles, porque ahí Dios guía casi siempre a
ciegas- y me refiero a las pequeñas y cotidianas vocaciones humanas. En éstas
el primer elemento decisivo es la libertad. En ningún campo son más graves las
violaciones que en las decisiones del alma. Y por eso yo entiendo mal a la
gente que anda "pescando" curas o médicos o poetas. Todas las grandes
cosas o salen de una pasión interior o amenazan inmediata ruina.
Supone después capacidad,
coraje y lucha. Una vocación no es un sueño, un caprichillo pasajero, menos un
afán de notoriedad. Todas las aventuras espirituales son calvarios. Y el que se
embarque en una verdadera vocación sabe que será feliz, pero no vivirá cómodo.
Supone, sobre todo, terquedad
en la entrega. Un escritor que se desanima al segundo fracaso mejor es que no
intente el tercero, porque no nació para eso. Sólo tiene vocación el que no
sería capaz de vivir sin realizarla.
Y supone también realismo.
¡Cuántas veces una gran vocación ha de vivir "protegida" por una
segunda tarea práctica que nos dé los garbanzos mientras la otra vocación
construye el alma! Pero benditos los
que saben adónde van, para qué viven y qué es lo que quieren, aunque lo que
quieran sea pequeño. De ellos es el reino de estar vivos.
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