jueves, 20 de octubre de 2016

LOS VALORES DE JESÚS

PARÁBOLA DEL REINO

https://www.youtube.com/watch?v=UHwfyyGrCu0

EL SERMÓN DEL MONTE

https://gloria.tv/post/nVhdZEUjdhps1yacTnUHXF2E8

FRENTE A LA MUERTE

https://opusdei.org/es-es/article/papa-francisco-jesucristo-esperanza-frente-a-la-muerte/

LA MUJER ADULTERA

https://www.youtube.com/watch?v=psG39hx63dg

LA PECADORA ARREPENTIDA

https://www.youtube.com/watch?v=vIzzppaIwuQ

REPRENDE A LOS FARISEOS

https://www.youtube.com/watch?v=9Jf1AhQGKho

LOS VALORES



¿Qué es un valor? ¿Tiene importancia? ¿Es un referente para vivir?

https://www.youtube.com/watch?v=bb8aoy2mMFk

Los valores a tener en cuenta por los jóvenes

https://www.youtube.com/watch?v=JUuTMHgrxYk

Una niña valiente

https://www.youtube.com/watch?v=W1YoroSyTS8


El ¿testimonio ? de una reportera de guerra

https://www.youtube.com/watch?v=no9Z1QgZ4LM

Mis zapatos

https://www.youtube.com/watch?v=qy11mKVPieo&t=62s

sábado, 1 de octubre de 2016

EL PAPA Y EL VERDADERO VALOR DE LA MUJER

https://www.youtube.com/watch?v=S-4i6uAbwlw

https://www.youtube.com/watch?v=T9CmTcCnpS8

JESÚS Y LAS MUJERES

EL FARISEO Y LAS PROSTITUTA

https://www.youtube.com/watch?v=8khGwkn2_VQ

EL APREDREAMIENTO

https://www.youtube.com/watch?v=DwCgs77Qi_Y

EL PAPA FRANCISCO SOBRE LAS MUJERES

https://www.youtube.com/watch?v=T9CmTcCnpS8

jueves, 29 de septiembre de 2016

LAS BATALLAS DEL ADOLESCENTE EN LA VIDA

 ¿A QUÉ DERROTA LLEGAS, MUCHACHO?

Me ha angustiado tu carta de hoy, muchacho. ¡Te muestras tan seguro de ti mismo, te sientes tan gozoso de “haber madurado”! Te juro que he temblado al percibir esa punta de desprecio con la que hablas de tus años juveniles, de tus sueños, de aquellos ideales que –dices- “eran, sí, hermosos, pero irrealizables”. Ahora, me explicas, te has adaptado a la realidad y, con ello, has triunfado. Tienes un nombre, una buena casa, un cierto capital, una familia… Exhibes todo eso como si fueran joyas en el escote de una dama. Sólo, en medio de tanto orgullo, se te escapa un diminuto relámpago de nostalgia al reconocer que “aquellos absurdos sueños eran, cuando menos, hermosos”.

Tu carta ha evocado en mí un viejo texto del doctor Schweitzer que desde hace veinte años me persigue. Me gustaría que te lo aprendieras de memoria, porque puede ser tu última tabla de salvación:

“Lo que comúnmente nos hemos acostumbrado a ver como madurez en el hombre es, en realidad, una resignada sensatez. Uno se va adaptando al modelo impuesto por los demás al ir renunciando poco a poco a las ideas y convicciones que le fueron más caras en la juventud. Uno creía en la victoria de la verdad, pero ya no cree. Uno creía en el hombre, pero ya no cree en él. Uno creía en el bien y ahora no cree. Uno luchaba por la justicia y ha cesado de luchar por ella. Uno confiaba en el poder de la bondad y del espíritu pacífico, pero ya no confía. Era capaz de entusiasmos, y ahora ya no lo es. Para poder navegar mejor entre los peligros y las tormentas de la vida se ha visto obligado a aligerar su embarcación. Y ha arrojado por la borda una cantidad de bienes que no le parecían indispensables. Pero que eran justamente sus provisiones, y sus reservas de agua. Ahora navega, sin duda, con mayor agilidad y menos peso, pero se muere de hambre y sed.”

Leí estas palabras cuando yo era poco más que un muchacho. Y no me han abandonado nunca. Porque he visto en ellas el retrato exactísimo de cientos de vidas.

¿Es cierto, entonces, que crecer es tan terrible? ¿Vivir es simplemente ir abandonando? ¿Eso que llamamos “madurez” es casi siempre puro envejecimiento, simple resignación, ingreso en los cuarteles de la mediocridad?

Me gustaría, amigo, que antes de exhibir tanto orgullo te atrevieses a repasas esa lista de seis batallas y te preguntaras a ti mismo a qué derrotas llegas, seguro de que de ahí deducirás lo que te queda de humano.

La primera batalla se da en el campo del amor a la verdad. Suele ser la primera que se pierde. Uno ha asegurado en sus años de estudiante que vivirá con la verdad por delante. Pero pronto descubre uno que, en esta tierra, es más útil y rentable la mentira que la verdad; que, con ésta, “no se va a ninguna parte” y que, aunque diga el refrán que la mentira tiene las piernas muy cortas, los mentirosos saben avanzar muy bien en coche. Abres los ojos y ves cómo a tu lado progresan los babosos, los lamedores. Y un día tú también, muchacho, sonríes, tiras de la levita, abres puertas, sirves de alfombra, tiras por la borda la incómoda verdad. Ese día, muchacho, sufres la primera derrota, das el primer paso que te aleja de tu propia alma.

La segunda batalla tiene lugar en los terrenos de la confianza. Uno entra en la vida creyendo que los hombres son buenos. ¿Quién podría engañarnos Si de nadie somos enemigos, ¿cómo lo sería alguien nuestro? Y ahí ya está esperándonos el primer batacazo. Es una zancadilla estúpida o, incluso, una traición que nos desencuaderna el alma precisamente porque no logramos entenderla. Y nuestra alma, herida, bascula de punta a punta. El hombre es malo, pensamos. Rodeamos de hilo espinado nuestro castillo interior, ponemos puente levadizo para llegar a nuestra alma. El alma forrada de cuchillos es nuestra segunda derrota.

La tercera es más grave porque ocurre en el mundo de los ideales: uno ya no está seguro de las personas, pero cree en las grandes causas de la juventud: en el trabajo, en la fe, en la familia, en tales o cuales ideales políticos. Se enrola bajo esas banderas. Aunque los hombres fallen, éstas no fallarán. Pero pronto se ve que no triunfan las banderas mejores, que la demagogia es más “útil” que la verdad, y que, no con poca frecuencia, bajo una gran bandera hay un cretino más grande. Se descubre que el mundo no mide la calidad de las banderas sino su éxito. ¿Y quién no prefiere una mala causa triunfante a un buena derrotada? Ese día otro trozo del alma se desgaja y se pudre.

La cuarta batalla es la más romántica. Creemos en la justicia y la santa indignación se nos sube a los labios. Gritamos. Gritar es fácil, llena nuestra boca, da la impresión de que estamos luchando. Luego descubrimos que el mundo nunca cambia con gritos y que, si alguien quiere estar con los despellejados, ha de perder su piel. Y un día descubrimos que no se puede conseguir la justicia completa y empezamos a pactar con pequeñas injusticias, con grandes componendas. Ese día caemos derrotados en la cuarta pelea.

Todavía creemos en la paz. Pensamos que el malo es recuperable, que el amor y las razones serán suficientes. Pero pronto se nos eriza el alma, comenzamos a desconfiar de la blandura, decidimos que puede dialogarse con éstos sí pero con aquellos no. No pasará mucho tiempo sin que decidamos “imponer” nuestra paz violenta,  nuestras santísimas coacciones. Es la quinta derrota. ¿Queda aún algo de nuestra juventud?

Quedan aún algunas ráfagas de entusiasmo, leves esperanzas que rebrotan leyendo un libro o viendo una película. Pero un día las llamamos “ilusiones”, un día nos explicamos a nosotros mismos que “no hay nada que hacer”, que “el mundo es así”, que “el hombre es triste”.

Perdida esta sexta batalla del entusiasmo, al hombre ya sólo le quedan dos caminos: engañarse a sí mismo creyendo que ha triunfado, taponando con placer y dinero los huecos del alma en los que habitó la esperanza, o conservar algo de corazón y descubrir que nuestro barco marcha a la deriva y que estamos hambrientos y vacíos, sin alma.

Me gustaría que, al menos, te quedara esta angustia, amigo que hoy me escribes. Y que tuvieras aún el valor suficiente para preguntarte a qué derrota has llegado, muchacho.

(JOSÉ LUIS MARTÍN DESCALZO)

¿ES EL AMOR UN VALOR O UNA CARGA? MOZO DE EQUIPAJE

MOZO DE EQUIPAJE

     El otro día vinieron a entrevistarme unos estudiantes de periodismo para no sé qué revista juvenil, y me preguntaron: "Y tú, ¿no te cansas nunca de dar alientos a los demás?" Les dije que sí, que me cansaba por lo menos tres veces al día. Lo que ocurría es que también por lo menos cinco veces al día sentía la necesidad de no convertir en estéril mi vida y aún no había encontrado otra tarea mejor que esa.

     Y cuando los muchachos se fueron, me puse a pensar en un viejo amigo mío que era mozo de equipajes de Valladolid. Debía de tener más o menos la edad que yo tengo ahora, pero entonces a mí me parecía muy viejo. Pero lo asombroso era su permanente alegría. No sabía hacer su trabajo sin gastarte una broma, y cuando te hacía un favor, parecía que se lo hubieses hecho tú a él. Un día le pregunté: "Y tú, ¿cuándo te vas de vacaciones?" Se rió y me dijo: "Me voy un poco en cada maleta que subo para los que se van hacia la playa."

      Él sonreía, pero fui yo quien se marchó desconcertado. Nunca había pensado en lo dramático de esa vocación de alguien que se pasa la vida ayudando a viajar a los demás, pero él se queda siempre en el andén, viendo partir los trenes donde los demás se van felices, mientras él sólo saborea el sudor de haberles ayudado en esa felicidad.

     ¿Sólo el sudor? No se lo dije a mi amigo el mozo de equipajes porque se hubiera reído de mí y me hubiera explicado que el sudor le quedaba por fuera, mientras por dentro le brotaba una quizá absurda, pero también maravillosa, satisfacción.

     Desde entonces pienso que todos los que sienten vocación de servicio –sea la que sea su profesión- son un poco mozos de equipajes. Y que todos sienten esa extraña mezcla de cansancio y alegría. Al fin me parece que en la vida no hay más que un problema: vives para ti mismo o vives para ser útil. Vivir para ser útil es caro, hermoso y fecundo.

     Claro, desde luego. Todos somos egoístas. Al fin y al cabo, ¿qué queremos todos sino ser queridos? Por mucho que nos disfracemos, nuestra alma lo único que hace es mendigar amor. Sin él vivimos como despellejados. Y se vive mal sin piel. Por eso el mundo no se divide en egoístas y generosos, sino en egoístas que se rebozan en su propio egoísmo y en otros egoístas que luchan denodadamente por salir de sí mismos, aun sabiendo que pagarán caro el precio de preferir amar a ser amados.

     Recuerdo haber escrito hace años un extraño poema en el que me imaginaba que, por un día, Cristo se dedicaba a hacer los milagros que a él le gustaban y no los puramente prácticos que la gente le pedía. Y que, en un camino de Palestina, una muchacha hermosísima se presentaba ante Él planteándole la más dolorosa de las curaciones: ella era tan bella, que todos la querían, pero ella no quería a nadie. Deseada por todos, arrastraba una belleza inútil e infecunda. Y le pedía a Cristo el mayor de los milagros: que la concediera el don de amar. Cristo, entonces, la miraba con emoción y compasión y le preguntaba: "¿Sabes que si amas tendrás que vivir cuesta arriba?" La muchacha respondía: "Lo sé, Señor, pero lo prefiero a este gozo muerto, a esta felicidad inútil." Ahora Cristo le sonreía y le decía: "Ea, levántate y ama, muchacha. Entra en el mundo terrible de los que han preferido amar a ser amados." Y la muchacha se alejaba con el alma multiplicada, dispuesta a nadar felizmente a contracorriente de la vida.

     La fábula seguramente es disparatada, pero verdaderísima. Porque –los recientes enamorados lo saben- amar a la corta es dulcísimo; a la larga, cansado; más a la larga, maravilloso.

     ¿Cansado por qué? Cansado porque siempre nos sale entre las costillas el viejo egoísta que somos y nos grita tres veces cada día que nadie va a agradecernos nuestro amor –es mentira, pero el viejo egoísta nos lo dice-; porque saca además aquel viejo argumento del ¿y a ti quien te consuela? Un falso planteamiento: porque el problema no es si nuestro amor nos reporta consuelo, sino si el mundo ha mejorado algo gracias a nuestro amor.

     Pero claro que es difícil aceptar que nuestro veraneo está en esas maletas de esperanza que hemos subido en el tren de los demás. Para ello hace falta creer en serio en los demás. Y eso sólo lo hacen a diario los santos. Por eso, si yo fuera Papa canonizaría corriendo a mi amigo el mozo de equipajes de Valladolid.

José Luis Martín Descalzo
("Razones para el amor")

MI VALOR COMO PERSONA

LA VIDA ES COMO UN RIO...

      "Para ser fuertes hay que amarse a uno mismo; para amarse a uno mismo hay que conocerse a fondo, saberlo todo acerca de uno, incluso las cosas más ocultas, las que resulta más difícil aceptar: ¿Cómo se puede llevar a cabo semejante proceso mientras la vida te arrastra hacia delante con su estrépito?

      Puede hacerlo desde el comienzo solamente quien está provisto de extraordinarias dotes. A los mortales corrientes [...] no les queda otro destino que el de las ramas y los envases de plástico. Alguien -o el viento-, de pronto, te arroja a la corriente de un río: gracias a la materia de que estás hecha, en vez de hundirte, flotas; eso ya te parece una victoria y por lo tanto, inmediatamente, empiezas a viajar, te deslizas veloz según la dirección que te impone la corriente; de vez en cuando, a causa de alguna maraña de raíces o de alguna piedra, te ves obligada a detenerte; allí permaneces un tiempo, golpeada por las aguas agitadas; después el agua sube y te libera, avanzas nuevamente; cuando la corriente es tranquila te mantienes en la superficie, cuando hay rápidos el agua te sumerge; no sabes hacia dónde estás yendo ni te lo has preguntado nunca; en los trechos más tranquilos tienes ocasión de observar el paisaje, las riberas, los matorrales; más que los detalles, ves las formas, los colores, vas demasiado rápido para ver más; después, con el tiempo y los kilómetros, las riberas son cada vez más bajas, el río se ensancha, todavía tienes márgenes, pero por poco tiempo. "¿Adónde estoy yendo?", te preguntas entonces, y en ese momento se abre ante ti el mar.

      Gran parte de mi vida ha sido así. Más que nadar, he manoteado desordenadamente. Con gestos inseguros y confusos, sin elegancia ni alegría, tan sólo he conseguido mantenerme a flote.
                                                                  
(S.Tamaro "Donde el corazón te lleve")

 

 

LAS PERSONAS SOMOS UN REGALO




Las personas somos un regalo.
Algunas están magníficamente envueltas;
desde el primer vistazo son atrayentes.
Otras están envueltas con un papel muy ordinario.
Algunas han sido estropeadas por el correo.
A veces, es posible que tengan una distribución especial.

Pero el envoltorio no es el regalo.
A veces el regalo es difícil de abrir,
y hay que buscar ayuda.
¿Quizá porque da miedo?
¿Quizá porque hace daño?
¿Quizá porque ya ha sido abierto y menospreciado?

Yo soy un regalo,
y, en primer lugar, para mí mismo.
¿He mirado bien en mi interior?
¿Tengo miedo de hacerlo?
Quizás nunca he aceptado el regalo que soy yo.
Es posible que, dentro de mí,
haya alguna cosa distinta de la que imagino.

Soy un regalo.
En primer lugar para mí mismo,
y, después, para los otros.




Cuento de las dos vasijas

Un aguador de la India tenía sólo dos grandes vasijas que colgaba en los extremos de un palo y que llevaba sobre los hombros. Una tenía varias grietas por las que se escapaba el agua, de modo que al final de camino sólo conservaba la mitad, mientras que la otra era perfecta y mantenía intacto su contenido. Esto sucedía diariamente. La vasija sin grietas estaba muy orgullosa de sus logros pues se sabía idónea para los fines para los que fue creada. Pero la pobre vasija agrietada estaba avergonzada de su propia imperfección y de no poder cumplir correctamente su cometido. Así que al cabo de dos años le dijo al aguador:
-Estoy avergonzada y me quiero disculpar contigo porque debido a mis grietas sólo obtienes la mitad del valor que deberías recibir por tu trabajo.
El aguador le contestó:
-Cuando regresemos a casa quiero que notes las bellísimas flores que crecen a lo largo del camino.
Así lo hizo la tinaja y, en efecto, vio muchísimas flores hermosas a lo largo de la vereda; pero siguió sintiéndose apenada porque al final sólo guardaba dentro de sí la mitad del agua del principio.
El aguador le dijo entonces:
-¿Te diste cuenta de que las flores sólo crecen en tu lado del camino? Quise sacar el lado positivo de tus grietas y sembré semillas de flores. Todos los días las has regado y durante dos años yo he podido recogerlas. Si no fueras exactamente como eres, con tu capacidad y tus limitaciones, no hubiera sido posible crear esa belleza. Todos somos vasijas agrietadas por alguna parte, pero siempre existe la posibilidad de aprovechar las grietas para obtener buenos resultados.


LOS DEMÁS Y MI AUTOESTIMA
    Una dependiente le vendió unos pantalones de un amarillo rabioso a un muchacho que parecía encantado con su compra.
    Al día siguiente volvió el muchacho diciendo que quería cambiar los pantalones. El motivo: "No le gustan a mi novia".

    Una semana más tarde regresó de nuevo, todo sonriente, a comprar otra vez los dichosos pantalones. "¿Ha cambiado su novia de opinión?", le preguntó la dependienta.

"¡No!", respondió el joven. "He cambiado yo de novia".
**********
La madre: "¿Qué es lo que le gusta  a tu novia de ti?"

El hijo: "Piensa que soy guapo, inteligente y simpático y que bailo muy bien.

La madre: "¿Y qué es lo que te gusta a ti de ella?"

El hijo: "Que piensa que soy guapo, inteligente y simpático y que bailo muy bien"
(Cfr. A. de Mello: "La oración de la rana 1")