BIENAVENTURANZAS DE JESÚS PARA EL HOMBRE ACTUAL
Dichosos los que eligen ser pobres, porque tienen a Dios por rey
Los que dan al dinero sólo su
valor
Los que no venden a una persona
ni por todo el oro del mundo
Los que están comprometidos con
los pobres
Los que saben compartir lo que
tienen: cultura, casa, alegría, salud, comida
Los que saben que es más
importante SER que TENER
Dichosos los que sufren, porque Dios los consolará
Los desposeídos que tienen que
sufrir para poder vivir
Los que se esfuerzan por
mejorar su situación inhumana y la de los demás
Los que sufren en su persona el
orgullo, egoísmo, injusticia de otros...
Los que no se
"acostumbran" a la explotación en cualquier trabajo
Los que saben que son personas
y sufren porque no les dejan serlo
Dichosos los mansos, porque heredarán la tierra
Los que luchan por vencer su
inclinación al odio y la violencia
Los que son molestados por
todos, porque están siempre dispuestos a ayudar
Los que nunca pierden la
esperanza de que la paz se instale en el corazón del hombre
Los que luchan por no ser
"lobo" con otros, ni los utilizan como objeto de lujo o placer
Los que confían en Dios y en el
hombre, y se mantienen serenos
Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados
Los que no se casan con ninguna
mentira, venga de donde venga. Ni se dejan sobornar.
Los que no toleran que otros
vivan en la miseria
Los que siempre y en todo lugar
son honrados. Y no permiten el robo camuflado
Los que no hacen acepción de
personas por la piel, sexo, credo o situación social
Dichosos los misericordiosos, porque Dios tendrá misericordia de ellos
Los que comprende, excusan y
perdonan de corazón los fallos de los demás.
Los que tienden la mano al
abandonado, despreciado, pobre, enfermo y al que sufre
Los que respetan al ignorante,
anciano, deficiente, drogadicto...
Los que se fijan más en lo que
nos une que en lo que nos separa.
Los que rezan con sinceridad
"...como nosotros perdonamos al que nos ofende"
Dichosos los limpios de corazón, porque verán a Dios
Los que no ven "segunda
intenciones" en las personas o situaciones
Los que jamás tienen dos caras
y miran a las personas de frente.
Los que aman de verdad a las
persona, naturaleza y las cosas.
Los que son transparentes como
el cristal en sus pensamientos, deseos y acciones.
Dichosos los que
trabajan por la paz, porque ellos serán reconocidos como hijos de Dios.
Los que construyen la paz con
igualdad, libertad y compartir sin favoritismos
Los que no hacen la paz con
armas, engaños, silencios...
Los que fomentan la
convivencia, solidaridad y la formación del pueblo.
Los que basan la paz en el
respeto mutuo, la justicia, el amor.
Dichosos los perseguidos por su fidelidad a la voluntad de Dios, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
Los que predican el Evangelio y
no "su evangelio"
Los que están dispuestos a dar
la vida por los demás
Los castigados por defender los
derechos del hombre, en especial a los débiles y marginados
Los que prefieren obedecer a
Dios antes que a los hombres.
EL PAPA Y LAS BIENAVENTURANZAS
Con toda la Iglesia celebramos hoy la solemnidad de Todos los Santos. Recordamos así, no sólo a aquellos que han sido proclamados santos a lo largo de la historia, sino también a tantos hermanos nuestros que han vivido su vida cristiana en la plenitud de la fe y del amor, en medio de una existencia sencilla y oculta. Seguramente, entre ellos hay muchos de nuestros familiares, amigos y conocidos.
Celebramos, por tanto, la fiesta de la santidad. Esa santidad que, tal vez, no se manifiesta en grandes obras o en sucesos extraordinarios, sino la que sabe vivir fielmente y día a día las exigencias del bautismo. Una santidad hecha de amor a Dios y a los hermanos. Amor fiel hasta el olvido de sí mismo y la entrega total a los demás, como la vida de esas madres y esos padres, que se sacrifican por sus familias sabiendo renunciar gustosamente, aunque no sea siempre fácil, a tantas cosas, a tantos proyectos o planes personales.
Pero si hay algo que caracteriza a los santos es que son realmente felices. Han encontrado el secreto de esa felicidad auténtica, que anida en el fondo del alma y que tiene su fuente en el amor de Dios. Por eso, a los santos se les llama bienaventurados. Las bienaventuranzas son su camino, su meta hacia la patria. Las bienaventuranzas son el camino de vida que el Señor nos enseña, para que sigamos sus huellas. En el Evangelio de hoy, hemos escuchado cómo Jesús las proclamó ante una gran muchedumbre en un monte junto al lago de Galilea.
Las bienaventuranzas son el perfil de Cristo y, por tanto, lo son del cristiano. Entre ellas, quisiera destacar una: «Bienaventurados los mansos». Jesús dice de sí mismo: «Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón» (Mt 11,29). Este es su retrato espiritual y nos descubre la riqueza de su amor. La mansedumbre es un modo de ser y de vivir que nos acerca a Jesús y nos hace estar unidos entre nosotros; logra que dejemos de lado todo aquello que nos divide y nos enfrenta, y se busquen modos siempre nuevos para avanzar en el camino de la unidad, como hicieron hijos e hijas de esta tierra, entre ellos santa María Elisabeth Hesselblad, recientemente canonizada, y santa Brígida, Brigitta Vadstena, copatrona de Europa. Ellas rezaron y trabajaron para estrechar lazos de unidad y comunión entre los cristianos. Un signo muy elocuente es el que sea aquí, en su País, caracterizado por la convivencia entre poblaciones muy diversas, donde estemos conmemorando conjuntamente el quinto centenario de la Reforma. Los santos logran cambios gracias a la mansedumbre del corazón. Con ella comprendemos la grandeza de Dios y lo adoramos con sinceridad; y además es la actitud del que no tiene nada que perder, porque su única riqueza es Dios.
Las bienaventuranzas son de alguna manera el carné de identidad del cristiano, que lo identifica como seguidor de Jesús. Estamos llamados a ser bienaventurados, seguidores de Jesús, afrontando los dolores y angustias de nuestra época con el espíritu y el amor de Jesús. Así, podríamos señalar nuevas situaciones para vivirlas con el espíritu renovado y siempre actual: Bienaventurados los que soportan con fe los males que otros les infligen y perdonan de corazón; bienaventurados los que miran a los ojos a los descartados y marginados mostrándoles cercanía; bienaventurados los que reconocen a Dios en cada persona y luchan para que otros también lo descubran; bienaventurados los que protegen y cuidan la casa común; bienaventurados los que renuncian al propio bienestar por el bien de otros; bienaventurados los que rezan y trabajan por la plena comunión de los cristianos... Todos ellos son portadores de la misericordia y ternura de Dios, y recibirán ciertamente de él la recompensa merecida.
Queridos hermanos y hermanas, la llamada a la santidad es para todos y hay que recibirla del Señor con espíritu de fe. Los santos nos alientan con su vida e su intercesión ante Dios, y nosotros nos necesitamos unos a otros para hacernos santos. ¡Ayudarnos a hacernos santos! Juntos pidamos la gracia de acoger con alegría esta llamada y trabajar unidos para llevarla a plenitud. A nuestra Madre del cielo, Reina de todos los Santos, le encomendamos nuestras intenciones y el diálogo en busca de la plena comunión de todos los cristianos, para que seamos bendecidos en nuestros esfuerzos y alcancemos la santidad en la unidad.
VIAJE APOSTÓLICO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A SUECIA
(31 DE OCTUBRE - 1 DE NOVIEMBRE 2016)
A SUECIA
(31 DE OCTUBRE - 1 DE NOVIEMBRE 2016)
SANTA MISA EN EL SWEDBANK STADION DE MALMOE
Malmoe
Martes 1 de noviembre de 2016
Martes 1 de noviembre de 2016
Con toda la Iglesia celebramos hoy la solemnidad de Todos los Santos. Recordamos así, no sólo a aquellos que han sido proclamados santos a lo largo de la historia, sino también a tantos hermanos nuestros que han vivido su vida cristiana en la plenitud de la fe y del amor, en medio de una existencia sencilla y oculta. Seguramente, entre ellos hay muchos de nuestros familiares, amigos y conocidos.
Celebramos, por tanto, la fiesta de la santidad. Esa santidad que, tal vez, no se manifiesta en grandes obras o en sucesos extraordinarios, sino la que sabe vivir fielmente y día a día las exigencias del bautismo. Una santidad hecha de amor a Dios y a los hermanos. Amor fiel hasta el olvido de sí mismo y la entrega total a los demás, como la vida de esas madres y esos padres, que se sacrifican por sus familias sabiendo renunciar gustosamente, aunque no sea siempre fácil, a tantas cosas, a tantos proyectos o planes personales.
Pero si hay algo que caracteriza a los santos es que son realmente felices. Han encontrado el secreto de esa felicidad auténtica, que anida en el fondo del alma y que tiene su fuente en el amor de Dios. Por eso, a los santos se les llama bienaventurados. Las bienaventuranzas son su camino, su meta hacia la patria. Las bienaventuranzas son el camino de vida que el Señor nos enseña, para que sigamos sus huellas. En el Evangelio de hoy, hemos escuchado cómo Jesús las proclamó ante una gran muchedumbre en un monte junto al lago de Galilea.
Las bienaventuranzas son el perfil de Cristo y, por tanto, lo son del cristiano. Entre ellas, quisiera destacar una: «Bienaventurados los mansos». Jesús dice de sí mismo: «Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón» (Mt 11,29). Este es su retrato espiritual y nos descubre la riqueza de su amor. La mansedumbre es un modo de ser y de vivir que nos acerca a Jesús y nos hace estar unidos entre nosotros; logra que dejemos de lado todo aquello que nos divide y nos enfrenta, y se busquen modos siempre nuevos para avanzar en el camino de la unidad, como hicieron hijos e hijas de esta tierra, entre ellos santa María Elisabeth Hesselblad, recientemente canonizada, y santa Brígida, Brigitta Vadstena, copatrona de Europa. Ellas rezaron y trabajaron para estrechar lazos de unidad y comunión entre los cristianos. Un signo muy elocuente es el que sea aquí, en su País, caracterizado por la convivencia entre poblaciones muy diversas, donde estemos conmemorando conjuntamente el quinto centenario de la Reforma. Los santos logran cambios gracias a la mansedumbre del corazón. Con ella comprendemos la grandeza de Dios y lo adoramos con sinceridad; y además es la actitud del que no tiene nada que perder, porque su única riqueza es Dios.
Las bienaventuranzas son de alguna manera el carné de identidad del cristiano, que lo identifica como seguidor de Jesús. Estamos llamados a ser bienaventurados, seguidores de Jesús, afrontando los dolores y angustias de nuestra época con el espíritu y el amor de Jesús. Así, podríamos señalar nuevas situaciones para vivirlas con el espíritu renovado y siempre actual: Bienaventurados los que soportan con fe los males que otros les infligen y perdonan de corazón; bienaventurados los que miran a los ojos a los descartados y marginados mostrándoles cercanía; bienaventurados los que reconocen a Dios en cada persona y luchan para que otros también lo descubran; bienaventurados los que protegen y cuidan la casa común; bienaventurados los que renuncian al propio bienestar por el bien de otros; bienaventurados los que rezan y trabajan por la plena comunión de los cristianos... Todos ellos son portadores de la misericordia y ternura de Dios, y recibirán ciertamente de él la recompensa merecida.
Queridos hermanos y hermanas, la llamada a la santidad es para todos y hay que recibirla del Señor con espíritu de fe. Los santos nos alientan con su vida e su intercesión ante Dios, y nosotros nos necesitamos unos a otros para hacernos santos. ¡Ayudarnos a hacernos santos! Juntos pidamos la gracia de acoger con alegría esta llamada y trabajar unidos para llevarla a plenitud. A nuestra Madre del cielo, Reina de todos los Santos, le encomendamos nuestras intenciones y el diálogo en busca de la plena comunión de todos los cristianos, para que seamos bendecidos en nuestros esfuerzos y alcancemos la santidad en la unidad.
CAMINOS
PARA APRENDER A SER FELICES
Los humanos no nacemos felices ni infelices, sino que
aprendemos a ser una cosa u otra y que, en una gran parte, depende de nuestra
elección el que nos llegue la felicidad o la desgracia. No es cierto, como
muchos piensan, que la dicha pueda encontrarse como se encuentra por la calle
una moneda o que pueda tocar como una lotería, sino que es algo que se
construye, ladrillo a ladrillo, como una casa. La felicidad nunca es completa
en este mundo, pero que, aun así, hay raciones más que suficientes de alegría
para llenar una vida de jugo y de entusiasmo y que una de las claves está
precisamente en no renunciar o ignorar los trozos de felicidad que poseemos por
pasarse la vida soñando o esperando la felicidad entera. No hay recetas para la
felicidad porque no hay sólo una, sino muchas felicidades, y que cada hombre o
mujer debe construir la suya... No obstante, sí hay una serie de caminos por
los que se puede caminar hacia ella:
- Valorar y reforzar las fuerzas
positivas de nuestra alma. Descubrir y disfrutar de todo lo bueno que tenemos.
Sacar jugo al gozo de que nuestras manos se muevan sin que sea preciso para
este descubrimiento las manos muertas de un paralítico.
- Asumir después serenamente las partes
negativas de nuestra existencia. No encerrarnos masoquísticamente en nuestros
dolores. No magnificar las pequeñas cosas que nos faltan. No sufrir por temores
o sueños de posibles desgracias que probablemente nunca nos llegarán.
- Vivir abiertos hacia el prójimo.
Pensar que es preferible que nos engañen cuatro o cinco veces en la vida que
pasarnos la vida desconfiando de los demás. Tratar de comprenderles y de
aceptarles tal y como son, distintos a nosotros. Pero buscar también en todos
más lo que nos une que lo que nos separa. Ceder siempre que no se trate de
valores esenciales con nuestro egoísmo.
- Tener un gran ideal, algo que centre
nuestra existencia y hacia lo que dirigir lo mejor de nuestras energías.
Caminar hacia él incesantemente, aunque sea con algunos retrocesos. Aspirar
siempre a más, pero no a demasiado más. Dar cada día un paso. No confiar en los
golpes de la fortuna.
- Creer descaradamente en el bien. Tener
confianza en que a la larga -y a veces muy a la larga- terminará siempre por
imponerse. No angustiarse si otros avanzan aparentemente más deprisa por
caminos torcidos. Creer en la también lenta eficacia del amor. Saber esperar.
- En el amor, preocuparse más por amar
que por ser amados. Estar siempre dispuestos a revisar nuestras propias ideas,
pero no cambiar fácilmente de ellas.
- Elegir, si se puede, un trabajo que
nos guste. Y, si esto es imposible, tratar de amar el trabajo que tenemos,
encontrando en él sus aspectos positivos.
- Revisar constantemente nuestra escala
de valores. Cuidar de que el dinero no se apodere de nuestro corazón, pues es
un ídolo difícil de arrancar de él cuando nos ha hecho sus esclavos.
- Descubrir que Dios es alegre, que una
religiosidad que atenaza o estrecha el alma no puede ser la verdadera, porque
Dios o es el Dios de la vida o es un ídolo.
- Procura sonreír con ganas o sin ellas.
Estar seguros de que el hombre es capaz de superar muchos dolores, muchos más
de lo que él mismo sospecha.
(José Luis Martín Descalzo)